sábado, 2 de julio de 2011

Habitantes de la adoración

La pasión se alza en la adoración; cual fuego pone para que nuestras voces se incendien, y que nuestra almas sean incienso de admiración y humillación, fragante olor por Él y para El es necesario el dolor del pecado acompañado por el anhelo de la santidad. ¿Cómo no decirle a nuestra alma; adora a tu a Dios y bendice su santo nombre? (sal 103:1) El derramar nuestra alma en cualquier circunstancia; especialmente en el momento de la aflicción, donde no existe nada mejor que volver al propósito de nuestra existencia. Y como dice el poeta: “Cantar desde el nido significa poder volar.” Ahora bien, cantemos con regocijo, en silencio, o con tristeza; pero elevemos nuestras almas para acercarnos al corazón de Jesús, y por otro lado nuestro corazón sea tierno como un hijo frente a su Padre. Sea nuestro corazón un cofre de perfumes, poemas, tesoros y dadivas sin igual; originales, incondicionales, incalculables, y llenos de honestidad. Cual dulce refugio y fortaleza es el Señor queridos hermanos. Sea la adoración el sublime camino para llegar a tal lugar; sea nuestros pensamientos un albergue de dedicación a su nombre; sea nuestro proceder inspirados por tales pensamientos, sin guardar ni una sola pisca de incredulidad o duda; por lo contrario sean pensamientos puros y santos tales idénticos a los requeridos por su dulce Carta (Fil 4:8-9). Adórenle con salterio, guitarras y teclas, adórenle en silencio, adórenle a cada instante sin parar y sin contenerse por obedecer, adórenle por cada segundo de su misericordia, y por cada instante de su amor, adórenle por ser El…

Por otro lado ¿Cuánto no necesitamos de ella, de tan dulce deleite de morar en alabanza y juntamente con ella morar con Dios? (Sal 22:3) Nuestra alma lo necesita aunque muchas veces la carne nos mantenga ciegos, y muchas veces no los diga el Espíritu, ya que esto es una realidad transcendental digna de creer y Satanás hará lo que sea para que no creamos o que ignoremos el poder guardado en el agradarle y en ese mismo acto de agradarle se encuentra la maravillosa alabanza. No nos llenemos de culpa y temores por pecados pasados, caminemos a tal sublime sendero de admiración y humillación buscando su rostro, porque allí en su presencia hay renovación de lo pasado y claridad de lo futuro. Démosle la importancia que el Dios de gloria merece, apartemos lo que tengamos que apartar, consagremos lo que tengamos que consagrar por un instante en su presencia y en medio de todo eso, oír su voz… Busquemos eso mismo y como dice Eugene Peterson “La adoración es la estrategia por la interrumpimos nuestra preocupación por nosotros y vamos a la presencia de Dios”. Ahora bien hermanos dediquémonos a ser los mejores estrategas.

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